Capítulo 5

El mate estaba caliente. Muy. Lo apoyó sobre la mesita redonda decorada por una lana color crema para que se enfríe un rato. Ella siempre se burlaba de Luca, que no le gustaba el mate cuando estaba caliente, y se auto proclamaba como "valiente" por tomar el mate de todos modos.
Para ellos el mate siempre había sido una especie de santuario, en donde podían conversar de cualquier tema sin ningún tipo de vergüenza.
Lumiére, el gato de Alex, se agazapó sobre ella, y cuando ella puso su mano en el aire, tras un momento de observación, paso por debajo de ella, buscando una caricia. El gato siempre había despreciado a cualquier persona que se metía en el departamento, salvo a Luca, a quien no le tenía un gran cariño pero sin embargo había aprendido a soportar.
Alex miró a Luca. Él nunca hubiese imaginado escuchar lo que a continuación haría:
-Perdón.
Hubo tres segundos eternos de silencio.
-¿Por qué?
-Sabés bien por qué. Vos siempre estuviste ahí para escucharme y yo desaparecí sin dejar rastro alguno. De repente cuando las cosas me empiezan a ir mal, te busco y a vos no te queda otra que venir.
-Primero que nada, desapareciste porque te fuiste de vacaciones y estabas con tu novio- disimuló su certero enojo- y además, no es que no me queda otra más que venir, sino que te quiero y te aprecio como a pocas personas.
Alex se preguntó si existiría algún hombre que hablara con palabras tan consoladoras como las que empleaba Luca.
-Pero aún así...
-Alex, no empiezes -la interrumpió Luca- Sólo tuvimos un descuido, no hay de que avergonzarse ni por qué disculparse. No te culpes.
Alex no pudo decir nada. Odiaba cuando Luca decía exactamente lo que se tenía que decir, y terminaba callado como en un silencio victorioso, empapado en gloria.
Lumiére estaba acostado entre los dos, mirando a su dueña. Cuando Luca intentaba avanzar para acariciar su barriga,  Lumiére se estremecía y lo miraba con una mirada que invadía e hipnotizaba. Había algo raro en ese gato. Tenía un pelaje gris con algunas rayas de color del ébano, y unos redondos ojos azules que parecían penetrar en el pecho de uno. Se movía con una gracia envidiable, haciendo cada acción suya un acto majestuoso digno de ser presenciado.
Empezaba a oscurecer y Luca había olvidado totalmente que tenía que pasar por el Chaffeur para agradecerle a León (claro está, ésto era siempre a escondidas de la mirada atenta de Escargnón, que no dejaba pasar oportunidad para rezongar a sus empleados).
Se disculpó y le pidió a Alex que le baje a abrir, mientras se ponía su chaqueta y escuchaba "Love Me or leave me" mientras Jay Jay Johnson parecía quedarse sin aire mientras no dejaba de incluir notas con su trombón.
Al bajar, Luca pudo por fin pisar cada peldaño al ritmo de la batería de Clarke, mientras se acomodaba su saco de pana, que por los años ya bastante gastado estaba.
Cuando llegaron al descanso final, se miraron algunos pequeños segundos y se dieron un abrazo que se ofrecieron simultáneamente, sin que ninguno tenga que avanzar hacia el otro.
En el momento en que se soltaron  y se despidieron, Luca ya se estaba marchando cuando de golpe le dijo a Alex que no cierre.
-Veámonos el domingo, bien entrada la tarde, en el viejo árbol del cementerio. ¿Qué dices?
-¡Ahí estaré! -dijo ella y acto seguido, hizo un ademán con la mano y cerró.
Luca quedó estampado, en seco.
No sabía bien por qué.
Quizás no estaba viendo las cosas bien.
Lo único que supo, (y que definitivamente estaba viendo bien) era que, cuando estuvo por agarrar la llave para desencadenar la bicicleta, venía una hermosa mujer de un rubio pelo corto con un flequillo despeinado hacia adelante, ojos azules, y una figura elegante pero pequeña, por la esquina de en frente... de la mano de el mismísimo Pierre.
Luca agarró la bicicleta y pedaleó hasta su último aliento y al pasar por al lado de una fila de autos estacionados, se esfumó entre la multitud de la Rue de París

Capítulo 4

El sonido del piano se volvía más y más consistente a cada peldaño que subía.
Luca siempre había tenido desde chiquito esa costumbre rara de subir las escaleras al ritmo de la música, pero la carente estructura rítmica de Thelonious Monk le impedía recrear aquello.
Mientras caminaba a un costado de su amiga, notó que más allá de la música, los invadía un gran e incomodo silencio. Estaba totalmente atónito, el mismísimo tiempo parecía llevar consigo algo extraño durante estos últimos días.
Alex aprovechaba el silencio y, discretamente, se limpiaba el rimel que se le había esparcido por los ojos. Luca estaba en un tiempo/espacio totalmente diferente, compartido en la misma escalera que ambos estaban subiendo.
Al llegar a la puerta, el piano ya se había asentado con solidez en el ambiente. Alex sonrió con su nariz y sus pómulos enrojecidos, y, con un empujoncito mientras bajaba el picaporte, abrió la puerta.
Para su sorpresa, el tocadiscos no estaba encendido, y en el gran piano que yacía a la derecha del salón, adornado por imágenes en blanco y negro encuadradas en caoba de cantantes, pianistas y saxofonistas de jazz, estaba sentado un niño pálido, de cabello castaño y vestido con un pantalón de corderoy negro y una camisa a cuadros roja y blanca, moviendo con ímpetu sus pequeñas manos.
Alex aplaudió y acto seguido, se dirigió al pequeño:
-Felicitaciones Piotr, continuaremos la clase que viene.
Luca, que ahora que el niño se había dado vuelta, notó una frialdad en la cara del niño, pero sin embargo no era una frialdad violenta, sino, más bien, algo calma y serena.
El niño se acercó y le dio un beso en la mejilla a su profesora, y se retiró, para sorpresa de Luca, de la casa, sin que nadie lo acompañe ni le cuide mientras bajaba.
-¿Estuvimos escuchando todo este tiempo al chico? -preguntó Luca conmocionado.
-Es una maravilla, ¿lo escuchaste? Increíble que tenga solo 11 años.- dijo mientras dejaba las llaves y se tiraba en el sillón.
Luca estaba seguro que había estado escuchando a Thelonious Monk en persona (o en disco). Sin embargo, se acababa de enterar de otro hecho que lo dejaba inmóvil.
-¿¡No lo acompañás hasta la puerta!? -preguntó mientras recordaba al niño marcharse galantemente por la puerta, como si fuese un adulto.
-Nadie lo viene a buscar, Luca, vive en un orfanato. Sus padres murieron en un accidente en avión.
La familia Kofsky se dedicaba a la producción de materias agrícolas en Sarov, Rusia, pero tuvo que emigrar debido a que habían tenido dos hijos más y el dinero no alcanzaba para abastecer sus necesidades.
Piotr viajó a París con su tío Yuri, y sus padres, Vitaly y Maia, viajaron con los recién nacidos Boris e Irina.
El avión de Yuri y Piotr llegó a salvo, pero el otro colapsó en el límite ruso con Kazakhstan.
Piotr se alojó con Yuri en una pensión de bajo alquiler en las afueras de París, pero Yuri cayó en la bebida y a los 2 meses de su llegada, terminó colgándose. Piotr tenía 8 años. En el escritorio al lado de donde yacía el cadáver, había dejado una nota que leía: "Pido disculpas por la falta de agallas".
Según los psiquiatras los sucesos dejaron en Piotr un "leve autismo intermitente, solo pudiendo mostrar afecto con las personas con las que comparte intereses".
Aunque no logró amoldarse con sus amigos, Piotr comenzó a mostrar un enorme interés por la música y aprendió a tocar el piano a los 9, en el orfanato al que lo habían enviado, sin ningún tipo de aprendizaje previo.
Pese a tener entrevistas con padres adoptivos, Piotr no emitía sonido alguno, lo que hacía muy difícil su adopción.
Los maestros le comenzaron a dar clases para incentivar su interés a sus 10 años, pero aprendía tan rápido que su nivel de conocimiento excedía a lo que los maestros podían enseñar, y comenzaron a buscar profesores particulares cerca del orfanato.
Alex aprovechó la oportunidad y tomó el trabajo. El orfanato quedó encantado ya que ahí sólo enseñaban música clásica, y ella daba clases orientadas al jazz.
Sorpresivamente, Piotr se adaptó tan fácil que Alex tuvo que dedicarle más tiempo a su enseñanza, aumentándolos días de clases a 3 veces por semana. Además de disfrutar de tocar con Piotr, el orfanato pagaba bien ya que era uno de los pocos gastos extra-curriculares que llevaba a cabo.

Alex ya había colocado el disco Walkin’ de Miles Davis. Se había sacado el pequeño saco de jean oscuro y se había soltado el pelo, bamboleándolo despreocupadamente. Él recordó que la última vez que la había visto, su pelo estaba corto y desmechado. Recordó como contrastaba la luz del anochecer, y como su sonrisa se fundía con el sol cada vez más anaranjado.
-¿Cómo estás? –trató de romper el hielo.
-Buena manera de romper el hielo Luca, ¡como siempre! –rió ella.
Él extrañaba sus risitas risueñas, que emitía casi con vergüenza, como si no estuviese correcto reírse.
En ese momento, ambos sintieron una gran incomodidad. Alex sabía que había llamado a Luca después de casi un año sin dirigirle la palabra, y que podría ponerse molesto. Luca lo estaba. Pero ambos se necesitaban. Uno siempre había sido el primer y último recurso del otro.
-¿Qué fue lo que pasó exactamente con Pierre?
-Simplemente me dejó. No lo sé. De la nada misma. Supongo que alguien con su genialidad no puede perder el tiempo en menudencias como yo.
-¡No digas estupideces! Es sólo un falso y egocéntrico bohemio.
Ella reía cada vez que decía lo mismo, una y otra vez. Le encantaba que sea tan celoso con ella.
Se levantó para hacer unos mates, y Luca se iba a recostar sobre el sillón, pero se dio cuenta que había olvidado echarle la cadena a su bicicleta, lo que le causó una gran molestia. Avisó que iba a echarle la cadena y Alex respondió gritando desde la cocina, mientras ponía agua en el termo.
Lucas bajó la escalera rápidamente y dejó la puerta entreabierta. Agarró la cadena, la aseguró y la estabilizó, cosa de que no se cayera y se dañara. Esa bicicleta había sido el último regalo que su abuela le había dado, cuando el tenía 16 años, hacía ya 9 años.
Recordó a su abuela sentada serena en el jardín, a veces con las manos cruzadas mirando cómo el día iba oscureciendo, escuchando discos de Pugliese y de Piazzolla, otras tejiendo una mortaja, otras a los gritos con la mamá de Luca. París le recordaba mucho a su infancia, quizás por esa simple y estúpida relación melancólica que tenía con ese lugar. París tenía consigo lo mejor de sus últimos 3 años y a él le recordaba los mejores años de la infancia. Lo llevaba todo consigo.
Volvió rápidamente a la casa y se acostó, con mucho deleite, en el sillón del comedor.
Alex todavía estaba en la cocina llenando los mates con yerba, y mientras esperaba a que el agua se caliente, pegó un grito al comedor:
-¿Sigues en el Chaffeur?
-Para toda la vida. –respondió bromeando.
-Deberías cambiar el trabajo Luca, tienes demasiado potencial para estar trabajando en un restaurante de París.
Odiaba cuando las personas hacían un comentario desalentador con respecto a su trabajo. No podía entender cómo las personas pensaban que el potencial de una persona se reflejaba solamente en lo que hacía para ganarse.
Él sabía que su problema siempre fue la falta de pasión que tenía por las cosas. Nunca le había entusiasmado nada de lo que hacía. Jugó al fútbol e inclusive llegó a ser citado para jugar en las divisiones inferiores de un club de barrio, pero ni siquiera se presentó. Fue ganador de varios trofeos de literatura (aunque reiteradamente faltaba a las entregas, sin notificar a sus padres de la existencia de éstas). La música siempre era lo único que le apasionaba y que lo seguía haciendo. Aunque al no saber tocar ningún instrumento, la familia pensaba que la música era una pérdida innecesaria teniendo en cuenta “las capacidades y el potencial abismales que tiene”. Estupideces.
Mientras el divague le hizo sonreir, apareció Alex con el mate, el azúcar y el termo.
-¿Una mano? –pidió socorro ella.
Luca se levantó y agarró el azúcar y el termo. Al sentarse se arregló el pelo azabache ondulado y se acostó con los brazos detrás de la nuca.
Alex le pidió una elección:
-¿Dulce o amargo? – preguntó mientras imitaba una balanza con el azúcar y el mate, agitando los brazos.
Luca sonrió y agarró el mate directamente y le dio un sorbo a la bombilla.

Capítulo 3

Alex conoció a Pierre Benet, un músico clásico y de jazz, el día que él se integró a la orquesta del Garnier. Tocaba el piano, según Alex, de manera celestial, aunque se destacaba por igual en la guitarra clásica, violín, y dentro del ambiente jazzero el saxofón y el contrabajo.
Uno no podía imaginarse a Pierre sin un cigarrillo en la boca algo entreabierta, con un blázer negro, bufanda negra también, con las manos en los bolsillos, y con el cuerpo agazapado contra alguna pared parisina, abusando de ese "encanto francés" que poseía, y que atrajo casi inmediato a Alex.
Ambos experimentaban, al principio, el extraño impulso de mirarse de reojo, cuando Alex esperaba al grupo al cual le tocaba la siguiente excursión. Era todos los días eso, Alex esperaba, Pierre se dirigía a la salida de la Ópera (de vez en cuando con algún instrumento colgado al hombro), se miraban, se sonreían, pero nunca una palabra.
Un día, tras varias semanas de lo mismo, Alex finalizaba su turno y, al salir del trabajo, vio a Pierre fumando un cigarrillo, en la cuadra de enfrente. Le hizo una seña para que Alex cruce. Al cruzar y encontrarse frente a Pierre, le dijo con una pícara media-sonrisa:
-No voy a soportar el resto de mis días viendo semejante hermosura sin dirigirle la palabra. ¿Tomamos un café?
Alex, abandonada perdidamente a un estado de idiotez inconciente, no hizo más que asentir y enganchar su brazo con de él, y comenzaron a caminar.
Fueron al Chafféur, estando Luca ausente, y tomaron los dos un café y unos croissant.
Hablaron de amor, amistad, familia, melancolía, temas que Alex no solía tener con Luca, con quien establecía conversaciones que apuntaban a el arte, a lo existencial del ser humano, al nacer y vivir y morir, a ser o no ser, y a otra sarta de pavadas filosóficas que Alex intentaba escatimar, pese a su intermitente interés por ellos.
Se despidieron luego de la merienda, y Pierre la despidió con un sutil beso en el extremo de la boca, mientras la protegía de la lluvia con el paraguas, a lo que Alex tuvo que soportar no gritar y girar de alegría como una idiota.
A partir de ese momento siguieron viéndose, paseando por los callejones de los barrios parisinos, y escuchando discos de jazz recostados en el sillón en el departamento de Alex, y, si se daba, alguno se levantaba y introducía algún arreglo en el piano y frenaba de repente, se miraban, bailaban al lento son de Art Tatum, se besaban, y se iban a dormir o a hacer el amor, y a la mañana siguiente, al despertar, simplemente se miraban y sonreían.
Luca escuchaba las historias mientras caminaba de la mano con Alex, y sentía un profundo rechazo hacia Pierre, le parecía un pomposo bohemio, con su encanto típico de alguna película de Marlon Brando. Inclusive de vez en cuando metía algún comentario sarcástico relacionado con Último Tango en París o con Peter Quint, y acto seguido Alex lo golpeaba en el hombro mordiéndose los labios.
Pero luego las primeras semanas de noviazgo, Alex y Luca fueron distanciándose cada vez más, y la distancia se agrandó cuando Alex se tomó unas vacaciones a Barçelona con Pierre, y estuvieron casi 5 meses sin tener noticia del otro. Luego llegó la llamada improvista de Alex.

Luca, ya decidido, cazó el teléfono y le avisó a Escargnón que se sentía mal y que mañana trabajaría horas extras, y reemplazaría a León. Tras algunos refunfuños de Escargnón, Luca cortó la llamada y se fue a vestir.
Bajó apresuradamente para visitar a Alex de improvisto, con la falsa esperanza de que haya faltado a la Ópera (si es que seguía trabajando ahí).
Agarró la bicicleta, saludó a Raymond el conserje, y partió para el departamento de Alex. Por el retrovisor pudo observar que la casa de al lado estaba siendo remodelada, y había varios albañiles y trabajadores hablando con la señora Ruffeau. Le encantaba el estilo que tenía la vereda de su casa, que era una especie de semicírculo con un boulevárd en el medio de la calle, que tenía un farol alto y negro. Este semicírculo provocaba una especie de rotonda para la entrada y salida de autos.
Luca tomó los callejones poco transitados, hasta llegar a la Rue de París (que se convertía en la Rue de Belleville al cruzar la Bd. Périphérique) y doblar en la Rue Levert, donde Alex vivía.
Recostó la bicicleta sobre uno de los tantos pequeños postes negros que adornaban el callejoncito, y le puso la cadena.
Con las manos con algo de sudor, toco el timbre del departamento 32, y se podía escuchar un piano jazzero de fondo.
Alex, con la nariz algo colorada y los ojos igual de rojos, abrió la puerta, le sonrió y dijo, con el triste tono sarcástico que solía emplear:
-Esta es mi belleza matutina, por si no la recuerdas.
Rápido. Luca debía escoger cuidadosamente las primeras palabras que le iba a decir en persona luego de 5 meses.
Miles de pensamientos se cruzaron por la cabeza de Luca, buscando qué decir, qué hacer, hasta que decidió, simplemente, abrazarla. Ella dejó, ante la sorpresa, los brazos al costado del cuerpo, tiesos, hasta que se rindió y abrazó a Luca, cerró la puerta, y se sumergieron bajo el piano melancólico de Thelonious Monk.

Capítulo 2

El amanecer de Luca fue algo que le generó muchísimo disgusto. Sufrió toda la noche desvelado, en ese limbo donde ni uno sabe si está dormido o despierto, y quiere levantarse pero al mismo tiempo quiere dormir, donde hay mucha luz para seguir durmiendo, y es muy temprano para levantarse.
Luca se levantó a duras penas de la cama, se preparó el jarrito con café y cambió de opinión y optó por comer unas tostadas de jamón y queso con un jugo exprimido de naranjas.
Se lavó los dientes, tomó una ducha de aproximádamente 20 minutos (un tiempo exageradamente largo para él, pese a que le gustaba tomar duchas a la mañana para desvelarse).
Al terminar la rutina matutina, vio el reloj y vio que eran la 1.35 (lo cual le ayudó a darse cuenta lo tarde que había desayunado, aunque no le importaba). A las 2 debía llegar al Café Chafféur o el señor Escargnón lo sermonearía, como siempre, aunque Luca sabía lo mucho que lo necesitaban en el Café, debido a las horas extra que decidía hacer y a cómo le cubría las espaldas a los compañeros de trabajo que faltaban.
Sin embargo, ni la hora, ni el trabajo, ni Escargnón, ni el hecho de no estar vestido lo tenían preocupado.
Alex había llamado, hace apenas 8 horas, luego de casi medio año sin haberse dirigido una sola palabra.
De la nada. Alex apareció por arte de magia mientras Luca dormía plácidamente. Aunque a él le molestara pensarlo, sabía que esa situación fue una clara metáfora del tipo de relación que siempre llevaron, Alex siempre complicaba las cosas.
Pero sin embargo ellos siempre fueron muy cercanos, pese a las distancias (emocionales y físicas) y a los encantos y desencantos de su amistad.
Alex Behlí y Luca Desmont se conocieron hacía ya 3 años en la sala de abordaje del Aeropuerto de Ezeiza, ambos eran porteños de familias extranjeras provenientes de Europa (la de Alex era de Brujas, Bélgica y la de Luca de Toulon, un pequeño pueblo de Marsella). A ninguno de los dos se les complicó el viaje a París debido a la nacionalidad europea que ambos poseían. A Luca le fue mucho más sencillo debido a que su familia era proveniente de Francia y poseía la doble ciudadanía y Alex solamente tenía la nacionalidad belga.
Ya en el avión, ambos tuvieron una larga charla donde hablaron de filosofía, pintura, música, fotografía, aunque no de política, ya que Alex tenía una mirada muy estoica a todos los gobiernos. "-No sacan a los pobres de la calle, solamente los cambian a la vereda que les conviene"- sostuvo en el aeropuerto cuando Luca soltó el tema.
Al llegar al aeropuerto Charles de Gaulle (y sobrevivir a la ola de quejas de algunos pasajeros sobre la incompetencia de Air France) decidieron intercambiar números.
Al cabo de varios encuentros en el café donde Luca terminaría trabajando, y en la Fuente de Hittfort, situada en la Plaza de la Concordia, decidieron volverse compañeros de cuarto en una pequeña pensión a unos 15 km del límite entre Orleáns y París.
Pese a haber pasado solamente un mes desde su llegada a París, confiaban mucho en el otro y al hablar daba la sensación de encastrar perfectamente.
Estaban totalmente cómodos, en una pensión pequeña, "acojedora" (en el mal sentido de la palabra) pero en su cuarto tenían dos camas y un placard que alcanzaba para la ropa de ambos, teniendo en cuenta que la ropa de Luca ocupaba solamente 1/4 del placard, y sobre todo, el precio dividido entre los dos era muy económico. Vivían bien, pero no como Reyes.
Pasado un año y medio viviendo juntos, Alex decidió mudarse, debido a que ya prefería ir acostumbrándose a una vida más independiente y autónoma, aunque Luca no pensaba de esa manera.
De un modo u otro, Alex sentía que estar tanto tiempo con Luca la asfixiaba. Luca también lo sentía quizás, aunque por otro lado, a él no le implicaba ningún tipo de molestia.
Alex se mudó a un departamento mucho más espacioso y cómodo, a dos localidades de la pensión, más llegando al centro de París. Pese a ser considerablemente más caro, Alex se podía dar el lujo ya que había conseguido trabajo como Guía de la ópera Garnier. Gracias a haber estudiado desde los 5 años canto lírico en el Colón, además de haber estudiado el violín y el piano (sus instrumentos predilectos) en el secundario Esnaola y en el Colegium Musicum luego del secundario.
Luca consiguió un trabajo bien pago en el Café Chafféur, donde a medida del tiempo se fue afianzando con sus compañeros de trabajo y fue siendo promovido. Se mudó a un departamento que le fascinaba, no tan lujoso ni espacioso, pero muy moderno y estéticamente bello, a unas 15 cuadras de la mismísima Torre Eiffel. Luca preferió un cuchitril adornado a muchos otros departamentos debido a su cercanía a la Torre.
Pese a la distancia, Luca y Alex continuaron viéndose muy seguido (no sólo debido a que ambos tenían una relación única, sino a que ambos se sentían conmovidos al haber conocido tan improvistamente a una persona antes de su llegada a París, y a que cualquiera sin el otro se hubiese sentido, luego de haberse conocido y haberse afianzado de tal modo, muy solitario). Se turnaban para ir a cada departamento, aunque las mejores reuniones eran en la casa de Alex, por más que a él no le gustara aceptarlo, y a veces se reunían distintas plazas a tomar mate, bajo la intrigada mirada de los parisinos.

Así vivieron un año, juntándose, riendo, hablando, filosofando, viviendo. Hasta que Alex, sin previo aviso ni ningún tipo de indicación, conoció a Pierre.

Capítulo 1

El agudo sonido del teléfono se sumergió, en medio de la mañana, en la habitación de Luca.
-Hola?- preguntó con un titubeo que lo hacía sonar como un moribundo, al tiempo en que se rascaba los ojos.
La voz de Alex cayó como una melodía pesada en los oídos de Luca.
-No me digas que te desperté. - dijo ella con un tono de sarcasmo.
Los ojos de Luca se abrieron de par en par, como dos monedas gigantes, levanto el torso de un salto y, sorprendido, vaciló algunas palabras.
-¿Qué hora es?
-4.30 am -dijo ella- La noche recién empieza, ¿verdad?
Luca rió, se levantó de la cama, le dijo a Alex que aguarde un segundo, se estiró lo más que pudo, e intentó caer en la situación. Cuando ya había vuelto en sí mismo, cogió el teléfono y preguntó:
-Contame otra vez por qué es que me llamaste.
-No te lo dije todavía...- rió ella, aunque algo incómoda.
Silencio.
La conversación fue invadida por un repentino e incómodo intervalo. Él jamás se hubiese esperado lo que ella le iba a decir, ahogada entre lágrimas.
-Piérre... me dejó.- dijo Alex entre sollozos.
Luca ya se había levantado del todo y estaba sorpresivamente activo, su cuerpo se movía con movimientos rápidos e histéricos.
-Pero... Pierr... ¿Qué pasó?- preguntó mientras se preguntaba cuán rara era esta situación. -Yo creía que...
-No me gustaría hablar de esto por teléfono Luca. ¿Qué te parece si nos encontramos en el cementerio, este Domingo al mediodía? Te invito el almuerzo.
Luca abrió la boca para contestar, pero la llamada ya habia finalizado.
Se dejó caer sentado sobre el borde de su cama, prendió la luz del velador y apoyó la cabeza sobre sus manos.
¿Alex? ¿Un jueves? ¿a las 5 am? Las preguntas volaban por la mente de Luca como disparos fugaces.
Tras unos 10 minutos intentando figurarse lo que había sucedido recién, se acostó en su cama, aunque no logró dormirse hasta ya entradas las 7.