Capítulo 4

El sonido del piano se volvía más y más consistente a cada peldaño que subía.
Luca siempre había tenido desde chiquito esa costumbre rara de subir las escaleras al ritmo de la música, pero la carente estructura rítmica de Thelonious Monk le impedía recrear aquello.
Mientras caminaba a un costado de su amiga, notó que más allá de la música, los invadía un gran e incomodo silencio. Estaba totalmente atónito, el mismísimo tiempo parecía llevar consigo algo extraño durante estos últimos días.
Alex aprovechaba el silencio y, discretamente, se limpiaba el rimel que se le había esparcido por los ojos. Luca estaba en un tiempo/espacio totalmente diferente, compartido en la misma escalera que ambos estaban subiendo.
Al llegar a la puerta, el piano ya se había asentado con solidez en el ambiente. Alex sonrió con su nariz y sus pómulos enrojecidos, y, con un empujoncito mientras bajaba el picaporte, abrió la puerta.
Para su sorpresa, el tocadiscos no estaba encendido, y en el gran piano que yacía a la derecha del salón, adornado por imágenes en blanco y negro encuadradas en caoba de cantantes, pianistas y saxofonistas de jazz, estaba sentado un niño pálido, de cabello castaño y vestido con un pantalón de corderoy negro y una camisa a cuadros roja y blanca, moviendo con ímpetu sus pequeñas manos.
Alex aplaudió y acto seguido, se dirigió al pequeño:
-Felicitaciones Piotr, continuaremos la clase que viene.
Luca, que ahora que el niño se había dado vuelta, notó una frialdad en la cara del niño, pero sin embargo no era una frialdad violenta, sino, más bien, algo calma y serena.
El niño se acercó y le dio un beso en la mejilla a su profesora, y se retiró, para sorpresa de Luca, de la casa, sin que nadie lo acompañe ni le cuide mientras bajaba.
-¿Estuvimos escuchando todo este tiempo al chico? -preguntó Luca conmocionado.
-Es una maravilla, ¿lo escuchaste? Increíble que tenga solo 11 años.- dijo mientras dejaba las llaves y se tiraba en el sillón.
Luca estaba seguro que había estado escuchando a Thelonious Monk en persona (o en disco). Sin embargo, se acababa de enterar de otro hecho que lo dejaba inmóvil.
-¿¡No lo acompañás hasta la puerta!? -preguntó mientras recordaba al niño marcharse galantemente por la puerta, como si fuese un adulto.
-Nadie lo viene a buscar, Luca, vive en un orfanato. Sus padres murieron en un accidente en avión.
La familia Kofsky se dedicaba a la producción de materias agrícolas en Sarov, Rusia, pero tuvo que emigrar debido a que habían tenido dos hijos más y el dinero no alcanzaba para abastecer sus necesidades.
Piotr viajó a París con su tío Yuri, y sus padres, Vitaly y Maia, viajaron con los recién nacidos Boris e Irina.
El avión de Yuri y Piotr llegó a salvo, pero el otro colapsó en el límite ruso con Kazakhstan.
Piotr se alojó con Yuri en una pensión de bajo alquiler en las afueras de París, pero Yuri cayó en la bebida y a los 2 meses de su llegada, terminó colgándose. Piotr tenía 8 años. En el escritorio al lado de donde yacía el cadáver, había dejado una nota que leía: "Pido disculpas por la falta de agallas".
Según los psiquiatras los sucesos dejaron en Piotr un "leve autismo intermitente, solo pudiendo mostrar afecto con las personas con las que comparte intereses".
Aunque no logró amoldarse con sus amigos, Piotr comenzó a mostrar un enorme interés por la música y aprendió a tocar el piano a los 9, en el orfanato al que lo habían enviado, sin ningún tipo de aprendizaje previo.
Pese a tener entrevistas con padres adoptivos, Piotr no emitía sonido alguno, lo que hacía muy difícil su adopción.
Los maestros le comenzaron a dar clases para incentivar su interés a sus 10 años, pero aprendía tan rápido que su nivel de conocimiento excedía a lo que los maestros podían enseñar, y comenzaron a buscar profesores particulares cerca del orfanato.
Alex aprovechó la oportunidad y tomó el trabajo. El orfanato quedó encantado ya que ahí sólo enseñaban música clásica, y ella daba clases orientadas al jazz.
Sorpresivamente, Piotr se adaptó tan fácil que Alex tuvo que dedicarle más tiempo a su enseñanza, aumentándolos días de clases a 3 veces por semana. Además de disfrutar de tocar con Piotr, el orfanato pagaba bien ya que era uno de los pocos gastos extra-curriculares que llevaba a cabo.

Alex ya había colocado el disco Walkin’ de Miles Davis. Se había sacado el pequeño saco de jean oscuro y se había soltado el pelo, bamboleándolo despreocupadamente. Él recordó que la última vez que la había visto, su pelo estaba corto y desmechado. Recordó como contrastaba la luz del anochecer, y como su sonrisa se fundía con el sol cada vez más anaranjado.
-¿Cómo estás? –trató de romper el hielo.
-Buena manera de romper el hielo Luca, ¡como siempre! –rió ella.
Él extrañaba sus risitas risueñas, que emitía casi con vergüenza, como si no estuviese correcto reírse.
En ese momento, ambos sintieron una gran incomodidad. Alex sabía que había llamado a Luca después de casi un año sin dirigirle la palabra, y que podría ponerse molesto. Luca lo estaba. Pero ambos se necesitaban. Uno siempre había sido el primer y último recurso del otro.
-¿Qué fue lo que pasó exactamente con Pierre?
-Simplemente me dejó. No lo sé. De la nada misma. Supongo que alguien con su genialidad no puede perder el tiempo en menudencias como yo.
-¡No digas estupideces! Es sólo un falso y egocéntrico bohemio.
Ella reía cada vez que decía lo mismo, una y otra vez. Le encantaba que sea tan celoso con ella.
Se levantó para hacer unos mates, y Luca se iba a recostar sobre el sillón, pero se dio cuenta que había olvidado echarle la cadena a su bicicleta, lo que le causó una gran molestia. Avisó que iba a echarle la cadena y Alex respondió gritando desde la cocina, mientras ponía agua en el termo.
Lucas bajó la escalera rápidamente y dejó la puerta entreabierta. Agarró la cadena, la aseguró y la estabilizó, cosa de que no se cayera y se dañara. Esa bicicleta había sido el último regalo que su abuela le había dado, cuando el tenía 16 años, hacía ya 9 años.
Recordó a su abuela sentada serena en el jardín, a veces con las manos cruzadas mirando cómo el día iba oscureciendo, escuchando discos de Pugliese y de Piazzolla, otras tejiendo una mortaja, otras a los gritos con la mamá de Luca. París le recordaba mucho a su infancia, quizás por esa simple y estúpida relación melancólica que tenía con ese lugar. París tenía consigo lo mejor de sus últimos 3 años y a él le recordaba los mejores años de la infancia. Lo llevaba todo consigo.
Volvió rápidamente a la casa y se acostó, con mucho deleite, en el sillón del comedor.
Alex todavía estaba en la cocina llenando los mates con yerba, y mientras esperaba a que el agua se caliente, pegó un grito al comedor:
-¿Sigues en el Chaffeur?
-Para toda la vida. –respondió bromeando.
-Deberías cambiar el trabajo Luca, tienes demasiado potencial para estar trabajando en un restaurante de París.
Odiaba cuando las personas hacían un comentario desalentador con respecto a su trabajo. No podía entender cómo las personas pensaban que el potencial de una persona se reflejaba solamente en lo que hacía para ganarse.
Él sabía que su problema siempre fue la falta de pasión que tenía por las cosas. Nunca le había entusiasmado nada de lo que hacía. Jugó al fútbol e inclusive llegó a ser citado para jugar en las divisiones inferiores de un club de barrio, pero ni siquiera se presentó. Fue ganador de varios trofeos de literatura (aunque reiteradamente faltaba a las entregas, sin notificar a sus padres de la existencia de éstas). La música siempre era lo único que le apasionaba y que lo seguía haciendo. Aunque al no saber tocar ningún instrumento, la familia pensaba que la música era una pérdida innecesaria teniendo en cuenta “las capacidades y el potencial abismales que tiene”. Estupideces.
Mientras el divague le hizo sonreir, apareció Alex con el mate, el azúcar y el termo.
-¿Una mano? –pidió socorro ella.
Luca se levantó y agarró el azúcar y el termo. Al sentarse se arregló el pelo azabache ondulado y se acostó con los brazos detrás de la nuca.
Alex le pidió una elección:
-¿Dulce o amargo? – preguntó mientras imitaba una balanza con el azúcar y el mate, agitando los brazos.
Luca sonrió y agarró el mate directamente y le dio un sorbo a la bombilla.