Capítulo 3

Alex conoció a Pierre Benet, un músico clásico y de jazz, el día que él se integró a la orquesta del Garnier. Tocaba el piano, según Alex, de manera celestial, aunque se destacaba por igual en la guitarra clásica, violín, y dentro del ambiente jazzero el saxofón y el contrabajo.
Uno no podía imaginarse a Pierre sin un cigarrillo en la boca algo entreabierta, con un blázer negro, bufanda negra también, con las manos en los bolsillos, y con el cuerpo agazapado contra alguna pared parisina, abusando de ese "encanto francés" que poseía, y que atrajo casi inmediato a Alex.
Ambos experimentaban, al principio, el extraño impulso de mirarse de reojo, cuando Alex esperaba al grupo al cual le tocaba la siguiente excursión. Era todos los días eso, Alex esperaba, Pierre se dirigía a la salida de la Ópera (de vez en cuando con algún instrumento colgado al hombro), se miraban, se sonreían, pero nunca una palabra.
Un día, tras varias semanas de lo mismo, Alex finalizaba su turno y, al salir del trabajo, vio a Pierre fumando un cigarrillo, en la cuadra de enfrente. Le hizo una seña para que Alex cruce. Al cruzar y encontrarse frente a Pierre, le dijo con una pícara media-sonrisa:
-No voy a soportar el resto de mis días viendo semejante hermosura sin dirigirle la palabra. ¿Tomamos un café?
Alex, abandonada perdidamente a un estado de idiotez inconciente, no hizo más que asentir y enganchar su brazo con de él, y comenzaron a caminar.
Fueron al Chafféur, estando Luca ausente, y tomaron los dos un café y unos croissant.
Hablaron de amor, amistad, familia, melancolía, temas que Alex no solía tener con Luca, con quien establecía conversaciones que apuntaban a el arte, a lo existencial del ser humano, al nacer y vivir y morir, a ser o no ser, y a otra sarta de pavadas filosóficas que Alex intentaba escatimar, pese a su intermitente interés por ellos.
Se despidieron luego de la merienda, y Pierre la despidió con un sutil beso en el extremo de la boca, mientras la protegía de la lluvia con el paraguas, a lo que Alex tuvo que soportar no gritar y girar de alegría como una idiota.
A partir de ese momento siguieron viéndose, paseando por los callejones de los barrios parisinos, y escuchando discos de jazz recostados en el sillón en el departamento de Alex, y, si se daba, alguno se levantaba y introducía algún arreglo en el piano y frenaba de repente, se miraban, bailaban al lento son de Art Tatum, se besaban, y se iban a dormir o a hacer el amor, y a la mañana siguiente, al despertar, simplemente se miraban y sonreían.
Luca escuchaba las historias mientras caminaba de la mano con Alex, y sentía un profundo rechazo hacia Pierre, le parecía un pomposo bohemio, con su encanto típico de alguna película de Marlon Brando. Inclusive de vez en cuando metía algún comentario sarcástico relacionado con Último Tango en París o con Peter Quint, y acto seguido Alex lo golpeaba en el hombro mordiéndose los labios.
Pero luego las primeras semanas de noviazgo, Alex y Luca fueron distanciándose cada vez más, y la distancia se agrandó cuando Alex se tomó unas vacaciones a Barçelona con Pierre, y estuvieron casi 5 meses sin tener noticia del otro. Luego llegó la llamada improvista de Alex.

Luca, ya decidido, cazó el teléfono y le avisó a Escargnón que se sentía mal y que mañana trabajaría horas extras, y reemplazaría a León. Tras algunos refunfuños de Escargnón, Luca cortó la llamada y se fue a vestir.
Bajó apresuradamente para visitar a Alex de improvisto, con la falsa esperanza de que haya faltado a la Ópera (si es que seguía trabajando ahí).
Agarró la bicicleta, saludó a Raymond el conserje, y partió para el departamento de Alex. Por el retrovisor pudo observar que la casa de al lado estaba siendo remodelada, y había varios albañiles y trabajadores hablando con la señora Ruffeau. Le encantaba el estilo que tenía la vereda de su casa, que era una especie de semicírculo con un boulevárd en el medio de la calle, que tenía un farol alto y negro. Este semicírculo provocaba una especie de rotonda para la entrada y salida de autos.
Luca tomó los callejones poco transitados, hasta llegar a la Rue de París (que se convertía en la Rue de Belleville al cruzar la Bd. Périphérique) y doblar en la Rue Levert, donde Alex vivía.
Recostó la bicicleta sobre uno de los tantos pequeños postes negros que adornaban el callejoncito, y le puso la cadena.
Con las manos con algo de sudor, toco el timbre del departamento 32, y se podía escuchar un piano jazzero de fondo.
Alex, con la nariz algo colorada y los ojos igual de rojos, abrió la puerta, le sonrió y dijo, con el triste tono sarcástico que solía emplear:
-Esta es mi belleza matutina, por si no la recuerdas.
Rápido. Luca debía escoger cuidadosamente las primeras palabras que le iba a decir en persona luego de 5 meses.
Miles de pensamientos se cruzaron por la cabeza de Luca, buscando qué decir, qué hacer, hasta que decidió, simplemente, abrazarla. Ella dejó, ante la sorpresa, los brazos al costado del cuerpo, tiesos, hasta que se rindió y abrazó a Luca, cerró la puerta, y se sumergieron bajo el piano melancólico de Thelonious Monk.

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